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Dios es mi luz

Evangelice

¡Evangelice! El mundo necesita a Jesucristo

Jerusalén era un hervidero de personas. El sol quemaba los rostros de los transeúntes que, sin pedir permiso, se abrían paso. El río humano iba y venía. No tenía una dirección determinada. Sobre los costados, en las casas de barro y madera, se amontonaban los vendedores. Ofrecían la variada gama de productos. Generalmente eran comidas para el viaje. Decenas de parroquianos regresarían esa misma tarde, después de los servicios de adoración a Dios, a sus respectivas provincias.

El hombre abordó el carruaje. No prestó atención a un comerciante que le ofrecía telas a muy buen precio. "Estoy afanado", se limitó a decirle mientras le apartaba con cortesía. "Vamos", ordenó a quienes guiaban el ostentoso vehículo de tracción animal. Le restaba un largo viaje, de varios días, hasta llegar a su destino final: Etiopía, en África. Allí servía a la reina de Candace.

Mientras avanzaban por el camino y poco a poco la ciudad iba quedando atrás, abrió un rollo de las Escrituras. Era el libro de Isaías. Dentro sentía el deseo de saber más acerca del Dios del que había escuchado muchas maravillas. En su corazón palpitaba el anhelo de encontrarle sentido a la vida.

Iba tan ensimismado, que no se percató del hombre que se acercaba corriendo. Le dijo: "Pero, ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él..." (Hechos 8:29-31).

Con esta sencilla descripción comienza uno de los pasajes más apasionantes del Nuevo Testamento, en el que de manera sencilla y práctica, aprendemos principios de suma importancia para adelantar la evangelización de quienes no conocen al Señor Jesús como su único y suficiente Salvador.

Sea un instrumento en las manos de Dios

El éxito en el proceso de evangelización no lo representan las grandes campañas que se anuncian por radio, televisión y prensa y que cada día toman más elementos del mercadeo secular para cautivar personas. No dudo que los anuncios despiertan interés y es probable que una u otra persona vaya al lugar de reuniones.

Pero pasamos por algo un hecho esencial: quien desea proclamar el evangelio de Jesucristo debe convertirse en un instrumento útil en las manos de Dios. ¿De qué manera? Permitiendo que el Supremo Hacedor transforme su existencia. Como un hábil escultor, Él formará en nosotros el carácter que desea para que podamos servirle en su obra.

Felipe, más conocido como el evangelista y quien fue el hombre que llevó al eunuco etíope a los pies de Cristo, es un ejemplo claro de quien se deja tratar por Dios. Observemos algunas características:

Intima relación con Dios

Las personas que son utilizadas por el Dueño de la obra, son aquellas que están dispuestas a ser tratadas por Él para servirle conforme a Su voluntad. "Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto" (Hechos 8:26).

¿Cómo pudo identificar la voz del Creador? Por una razón sencilla: había aprendido a conocer Su voz en íntima relación con Él mediante la oración y la meditación en su Palabra.

Hay quienes obran movidos por la emoción y creen haber escuchado el mandato divino, se mueven y comprueban—para su desilusión—que era producto de su imaginación o quizá de su deseo de hacer las cosas. No habían escuchado al Creador.

Obediencia a Dios

Las Escrituras nos indican que apenas recibió las instrucciones, "Entonces él se levantó y fue" (Hechos 8:27 a). Felipe no discutió las órdenes ni las puso bajo la lupa del racionalismo. Obedeció. Sabía que Dios es perfecto en cuanto hace y que, si caminamos en Su voluntad, todo saldrá bien.

El fundamento, las Escrituras

Algo interesante en la evangelización que emprendió Felipe y que arroja luces a nuestro desenvolvimiento hoy, es que su fundamento eran las propias Escrituras y no la mera palabrería.

Tras leer el texto, "Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto: de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús" (Hechos 8: 34, 35).

Hace pocos días me invitaron a una campaña evangelística. No era yo quien iba a predicar, sino un pastor invitado. Puse atención al mensaje, sin embargo no escuché sino gritería. No había mensaje de fondo. El amado hermano quizá pensó que impresionando a la gente con gestos y vociferación, lograría el objetivo de evangelizar a quienes no tenían a Cristo en su corazón. La esencia al compartir las Buenas Nuevas de Jesucristo son las Escrituras.

Evangelizar, no presionar

Es de suma importancia que comprendamos que si nos movemos bajo el poder del Espíritu Santo, usted y yo somos simplemente instrumentos. Él hace lo demás. Presionar despierta aversión al Evangelio. Quien presiona no obra en las fuerzas de Dios sino en las suyas propias.

"Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? (Hechos 8:36).

Observe que Felipe no ejerció coacción sobre él. Simplemente le compartió la Palabra de vida, y el Señor se manifestó llevando al convencimiento del eunuco etíope.

El centro del Evangelio es Jesucristo

¿Quién es evangelista? Quien predica a Jesucristo. No es quien se para frente a una cámara de televisión a proclamar el "evangelio de la prosperidad" o cómo llegar a ser "súper-ungido", sino quien se centra en Jesucristo. Las otras cosas vienen por añadidura: progreso físico, económico y espiritual.

Lamentablemente muchos predicadores son producto de una campaña publicitaria, bien que la hagan otros en su favor o que las propicien ellos mismos. Pocos son los que emergen como fruto de su entera consagración a Dios.

"Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó" (Hechos 8:37, 38).

Estas sencillas pautas son válidas y aplicables en nuestro contexto. Usted puede tornarlas realidad en su trato con las personas que no han tenido un encuentro personal con el Señor Jesucristo.

Recuerde que, si depende de Dios, Él hará la obra... Decídase, comience ahora a ganar almas para Cristo el Señor...

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